sábado, 7 de mayo de 2011

Onetti visto por Dotta, segunda parte

Jamás leí a Onetti es el documental que dirigió Pablo Dotta (Tahití, El dirigible) en 2009, para la conmemoración del centenario del nacimiento de Juan Carlos Onetti. Si bien cumple con el formato del documental, el trabajo de 78 minutos es un relato, en el que las personas (Galeano, Cabrera, De Mattos, Muhr, Drexler, Muñoz Molina, Cruz, Tunda, Gilio) se transforman, como en una novela, y se vuelven personajes. Es imposible no relacionar esta producción con El dirigible, estrenada en 1993, y que tanto diera que hablar. Hay puntos de contacto: la banda sonora de ambas está a cargo de Fernando Cabrera; los intentos infructuosos de la "francesa" por demostrar que Onetti ha vuelto al país (en realidad murió poco antes del estreno de El dirigible), mientras que en Jamás leí a Onetti son los otros los que deben "narrar" al escritor uruguayo. Y, por si fuera poco, el telón de fondo: abre con una panorámica en la que resalta, icónico, el Palacio Salvo y cierra con Fernando Cabrera y la banda cantando, ahora sí, la música que compone a lo largo del documental. En el medio, Dotta inserta la secuencia de El dirigible, en que la uruguaya que regresó del exilio camina por Ramírez en un día lluvioso y frío. Como si marcara en sentido aristotélico el esquema narrativo, esos puntos que refieren al Dirigible parecen indicar que si bien se trata de un documental, sin la existencia de la ficción previa, éste no sería posible. Incluso el propio Dotta se acepta personaje -además de director- en la medida en que incluye, justamente, esa secuencia en blanco y negro, que contrasta con el resto del trabajo: el director, detrás de cámara, también se introduce en su propio trabajo. La secuencia rompe con el pacto de "verdad" del documental, o señala que en realidad no importa, porque si bien Onetti es una entidad real, también es un mito producto de su propia ficción.

Los protagonistas asumen un rol distinto al de meros testigos en un testimonio audiovisual. Quien construye con más perseverancia el suyo es Eduardo Galeano, convertido súbitamente en actor, en el personaje que tiene en la memoria un sinnúmero de anécdotas de Onetti, de su relación con él, de las que elige algunas. También es un personaje Dorothea Muhr, la viuda de Onetti. Ocupa, literalmente, toda la pantalla, y recuerda, en cierto aspecto, a aquellos personajes grotescos de la Wertmüller. Una ironía, una casualidad o una ligera perversión se cumple cuando la Muhr brinda por el trabajo y por Onetti con una copa de Coca Cola, enfrentada directamente a la cámara. María Esther Gilio, quien fuera amiga y "novia" de Onetti en su juventud, y que lo entrevistara en diferentes ocasiones, desempeña el rol de la amada ausente, o, mejor dicho, de la que amó a un ausente y lo sigue amando. Unos planos de su perfil, ensimismada y recordando, la convierten en un personaje romántico, misterioso, que sabe más de lo que dice. Aquí, según Dotta, la realidad de la filmación le jugó una mala pasada, porque el mozo del café donde se rodó esta escena se convirtió súbitamente en actor, y perdió toda la credibilidad. Lo mismo apuntó del taxista que conduce a Cabrera por la Gran Vía, en Madrid. Según Dotta, los taxistas madrileños son verborrágicos, casi groseros, impertinentes. En este caso, el taxista que consiguió la producción parece un caballero inglés. Agregó, además, que tuvieron que rodar la escena varias veces debido a los semáforos, lo que hizo que el taxista terminara repitiendo su discurso casi mecánicamente. Sin embargo, lo que ocurre "fuera de escena", aquello que Dotta y su equipo saben, no hace mella para que el espectador se sumerja y quiera saber hacia dónde va. En ese sentido es más que un documental, es una narración, tiene una tensión narrativa, una progresión: la de la composición musical, la del dibujo de Tunda, la conclusión de los manuscritos inconclusos. Hay un Barthleby, Tomás De Mattos, en el laberinto de la Biblioteca Nacional, quien hurga entre los manuscritos de Onetti hasta dar con el último (1993), fecha puente entre este trabajo y El Dirigible.

El encuentro entre Cabrera y Drexler en el piso de este último en Madrid también es el puente entre la ciudad en la que viviera Onetti y Montevideo. La luz, el clima y los sonidos son otros, pero para entenderlos es imposible no tener como modelo a los de Montevideo. Por ausencia, crece una ciudad, y esa misma ausencia completa las características madrileñas.

El documental que niega la lectura de Onetti (jamás lo leí) es, sin embargo, una reconstrucción del proceso creativo. Y para eso no sólo están los originales que Tomás De Mattos analiza y acaricia, sino el proceso creativo de la banda sonora, la reconstrucción maravillosa de Santa María que hace Tunda y del propio documental en sí. Capas y capas que permiten ser leídas de formas diferentes y que de todos modos concluyen en lo mismo: lo creativo es efímero, existe mientras está en proceso. Para recalcar esta postura casi nihilista, el plano de Santa María es quemado, de modo que tampoco de eso quedan rastros. Y eso mismo afirma Muñoz Molina, cuando dice que al leer a Onetti se tiene la sensación de que en ese preciso momento el texto está siendo creado, como si surgiera de pronto ante los ojos del lector. Esa observación sagaz y acertada, la del instante de la creación, es lo que sobrevuela todo el documental.

Hay un aspecto interesante y es que en estos 78 minutos el espectador recupera, de pronto, la visión de un Uruguay ya muy alejado en el tiempo, aunque hayan pasado algo más de veinte años desde el largometraje de Dotta. Como es imposible separar a Jamás leí a Onetti de El dirigible, la sensación de que la Montevideo de hoy y sus habitantes ha dejado de ser aquélla, la onettiana, es poderosa y casi nostálgica. Ambos trabajos recuerdan, en cierto modo, los esfuerzos por precisar la identidad uruguaya, qué es lo que la caracteriza. Por ausencia, al comparar indefectiblemente con lo de hoy, esas características intangibles, casi imposibles de definir o de nombrar, saltan a la luz. ¿La cámara de Dotta ayuda a remarcar lo que ya no hay? Las luces y las sombras, una cierta distancia del objeto, una mirada calma, pensativa.

Hay muchos otros aspectos que hacen que este trabajo sorprenda y lleve a la reflexión. El montaje, los sonidos, la paciencia. Y además, da ganas de leer a Onetti, como si el Jamás leí a Onetti diera las claves para entenderlo, encontrarlo, re-encontrarlo.

Ficha técnica:
Guión y Dirección Pablo Dotta / Producción ejecutiva: Mariela Besuievsky / Productor delegado: Daniela Alvarado - Mario Jacob/ Fotografía: Almudena Sánchez - Jose María Ciganda/ Sonido: Aramis Rubio- Daniel Márquez/ Música: Fernando Cabrera/ Edición: Fernando Pardo/ Dibujos y animación: Tunda Prada/ Productor de campo: Claudia Lepage - Lucía Jacob/ Con la participación de: Dolly Onetti/ Eduardo Galeano/ Maria Esther Gilio/ Fernando Cabrera/  Jorge Drexler/ Antonio Muñoz Molina/  Juan Cruz/ Tomás de Mattos/ Tunda Prada