martes, 17 de julio de 2012

 Peloponeso, primer día

la región se llama messina; a la derecha, en el mapa (al noreste queda atenas) está esparta, y allí espartanos y atenienses pelearon la larga guerra del peloponeso; perdieron los atenienses.
uno piensa que ha visto paisajes para los cuales los adjetivos pierden el sentido (hermoso, bello, portentoso, desalentador, etc.), pero siempre aparece algo que sorprende. este es el caso. de atenas a kalamata, la ciudad sobre el mar jónico (que no deja de ser mediterráneo), hay cuatro horas en bus, y se atraviesa el peloponeso, una vastísima franja de tierra montañosa, unida a la tierra firme de algún modo que todavía no termino de comprender. la terminal de buses, en atenas, es como una mezcla de tres cruces y de rodoviaria enorme y ruidosa, donde hay cualquier cantidad de griegos que van y vienen, ningún turista a la vista (salvo yo, si me denominara así). incluso hay una familia que viaja con un cachorro que no se resiste a que lo metan en una jaulita e intenta, por todos los medios, asomar la trompa por un agujerito. que las casualidades de la vida hagan que precisamente en este sitio me encuentre con un viejo amigo inglés al que hace más de siete años no veo sólo puede explicarse porque se trata de grecia, y ya se sabe que en la tierra de platón, apolo y aristóteles (sin mencionar a zeus), todo es posible.
hace mucho calor, mucho, cerca de 40 grados, y el sol se pone recién a las 9 de la noche. el viaje en bus es ruidoso, los griegos hablan, gritan, gesticulan, y el conductor escucha una radio a un volumen tal que no hay forma de no escucharla.
de kalamata a la casa donde me hospedo hay una hora de viaje entre las montañas, los olivares salpicados de cipreses y muros de piedra en carreteras que sólo permiten el tránsito de un automóvil.
de mañana, cuando me despierto, me doy cuenta de la verdad: me morí sin darme cuenta y- bautismo mediante- aterricé en el paraíso. no hay otro modo de describir el lugar en el que estoy.
cerca de un pueblo llamado vareka, un camino a la derecha, subiendo la montaña. un caserío y después nada, todo entre los olivares, el chillido interminable de las cigarras (gordas como sapos) y esta casa, construida en la ladera. desde la terraza, donde hay una hornalla para asar pescado, se ve el mar, y una línea clara de lo que es la isla sapienza, vacía. no vive nadie allí, como en otras islas que veré luego.
cómo describir lo que no se puede? ni siquiera la más sagaz de las fotografías no le haría justicia al paisaje y a la sensación del paisaje. si la realidad es subjetiva, entonces esto lo es más. hay laureles, buganvillas y olivos en cualquier rincón, una brisa cálida que viene del mar, y un silencio que permite escuchar los graznidos lejanos de los cuervos y de alguna gaviota que se atreve a tierra firme. el terreno es en terrazas, como en otras partes rurales del mediterráneo, y en cada terraza las filas ordenadas de los olivos -en buena cosecha de estos se obtienen 100 litros de aceite, destinado a los amigos del dueño de casa- interrumpidos por algún ciprés o palmera. un paisaje similar al que vi en israel, en el norte de italia, en el sur de españa. y entonces uno vuelve a recordar la maravillosa historia del mediterráneo, de braudel, y quisiera tomarse un barco y recorrer cada pedazo de costa y comprender un poco más.
no hay coincidencias. ayer, a esta misma hora, estaba en la torre de belem, en el sur de lisboa, de donde salían los aventureros navegantes en sus carabelas, para recorrer un trozo de río tajo y adentrarse en el atlántico. acá los navegantes fueron los griegos, los fenicios, y eso braudel lo describe de un modo maravilloso.
viendo el paisaje montañoso, pero también las largas extensiones de llanura, uno puede menos que intentar imaginar lo que han de haber sido los enfrentamientos entre espartanos y atenienses; lo que debe de haber sido, para aquellos pretéritos filósofos, desentrañar el sentido de la vida y la muerte; el papel que jugaron los dioses en todo este universo incomprensible por su magnificencia, ante la cual un ser humano se siente menos que una hormiga.
es cierto que para que un platón pudiera pensar debía haber una pléyade de esclavos que resolvieran las tareas menores como la vida cotidiana; pero bajo un cielo semejante, ante tamaña naturaleza, con ucon un mar enorme, que parece infinito (dónde queda el horizonte? qué hay después de él?), se agradece una obra como la que apenas vislumbramos. es fácil pensar hoy en lo que dijo platón; lo que me resulta difícil es situarlo en su contexto histórico, geográfico.

más allá de eso, del deslumbramiento (grecia está más cerca de oriente que de occidente, y eso se ve en pequeños detalles),la situación es complicada. 50% de desempleo, caída abrupta del turismo (de lo que vive la gente aquí) y un 30% de posibilidades de que vuelva un régimen militar, si grecia sale de la unión.

la cuna de la civilización occidental en el abismo. y así y todo, se agradece ver realmente todo esto.

miércoles, 11 de julio de 2012

lisboa 1

dicen que es melancólica, y es cierto.
está sobre el río tejo, tiene una ciudad vieja, por donde anduvo pessoa (y seguramente saramago, pero éste no ingresó al archivo de la memoria), y gente que habla, tal como dijo una vez veneciano en caracas: igual que en español, pero sin las vocales. se entiende. es linda, lindísima, y no parece europa (com dicen todos). por qué no parece europa, si en realidad es como todas las ciudades? hay algo distinto. de a ratos, me pareció estar en valparaíso, chile; de a ratos en arequipa, de a ratos, en buenos aires e, incluso, en montevideo. será por el lugar que ocupa en el mapa?

dice alguien que por acá hay buen vino blanco, y es así. bebo vino blanco de distintos tipos y todos están a medio camino entre lo seco y lo chispeante. otro alguien dice que hay que comer lo que da el mar, y eso hago. de día se camina lo más que se puede por todas partes; de pronto se encuentra uno ante el café a brasileiro, en cuya primera mesa pessoa se sentaba a escribir. me siento en la misma mesa y bebo café y miro la plaza por la que transita cualquier cantidad de gente. muchos turistas: llegó un barco y es por eso. porque si no, dice un taxista, la ciudad está vacía porque estamos en vacaciones. cerca del hotel una automotora sólo vende lamborghinis. los autos son más chicos que los de montevideo, y se agradece. el hotel en el que me hospedo da sobre la estación de tren; día y noche se escucha el traqueteo de los vagones, y me recuerda a "seven", la película. hay viento, de día está tibio y de noche refresca. a las nueve, cuando todavía es de día, voy a escuchar fado. me dicen que vaya a "casa luso", donde supuestamente se escucha lo mejor. desilusión. es un espectáculo montado para turistas, una cosa bastante absurda y fea. la comida está bien, el vino está bien, pero la música parece salida de una mala película. le digo al camarero eso y me dice: venga a las 10:30 que empieza el espectáculo para los locales, y le consigo una buena mesa. entonces salgo a la calle traversa de queimada a hacer tiempo. en esa callecita empinada y de adoquines está todo. no sólo turistas blanquitos que parecen quesitos de cabra, sino cualquier cantidad de fauna variopinta, y muchos africanos. se olvida uno que portugal también tuvo sus colonias y no es inocente. se me acerca un hombre joven, renegrido, que vende collares, pulseras, anillos. le digo que no soy turista, y que no uso esas cosas. nos ponemos a conversar. es de senegal, se llama "momodo". quiero saber qué significa el nombre, pero no significa nada. me pregunta cómo me llamo, le digo "ana" y dice: ah, ana, un nombre muy famoso. no sé qué quiso decir. entonces separa de entre todos sus collares dos pulseras y me las da: "un regalo de momodo para ana", "para la buena suerte, ésta, la azul; para la larga vida, ésta, la violeta". me las pone en la muñeca izquierda. se despide y dice "espero que consigas un marido con mucho dinero que te haga feliz". me río un poco, pero también me da un poco de tristeza. hay una muchacha con una calza negra y blanca muy ajustada, que come uvas y distribuye papelitos. pregunto qué hace y me responden que atrae turistas a un pub de música latinoamericana. camino unas cuadras siguiendo la música cubana que sale de alguna parte, un son, y allí está, un barcito diminuto con unos negros que tocan son como si estuvieran en el caribe. otro hombre vende flores, y en algunas casas hay ropa tendida que se agita con el viento. vuelvo al café luso y el mozo me lleva a una mesa con una vela encendida, en un rincón. han cambiado completamente el aspecto del local. ya no hay el escenario grande e iluminado de la primera vez, sino que el espacio está más cerrado. aparecen los músicos; los que tocan las dos guitarras, la de seis cuerdas, española, y la de doce, una especie de mandolina chata; un contrabajista. entra una mujer. canta. eso es fado. es triste, tristísimo. tenemos algo de esa música nosotros. después canta un hombre joven, mal afeitado. también es triste. después se van los cantantes y el guitarrista, que se parece a aute, toca algo. me doy cuenta de que es una simple improvisación en acordes mayores y menores que se pasea por rodrigo, tárrega, villalobos, sanz. es un buen improvisador, porque parece una pieza de verdad. me pregunto entonces qué es el original y qué es la copia. habrá algún original? quizá hubo uno, una primera vez, y el resto son versiones de eso.
entonces pienso que cuando se viene de la comunicación, buena parte de la realidad se estropea porque no se tiene una mirada inocente. ni siquiera en lisboa se puede uno desprender de lo que es.
pago la cuenta y me voy. la noche está llena de gente ruidosa. hay varios africanos que venden collares, pero momodo no está a la vista.
el taxi me deja en el hotel. no hay tránsito. me entero de que los tiger lillies están en la vuelta. iré a verlos.