domingo, 20 de diciembre de 2015

las comedias románticas sólo existen en hollywood

domingo, 14:30, rayo del sol.

parada de ómnibus en narancio y amador. no pasa un bus ni por asomo. no pasa nada. sólo hay un almacén abierto y una mujer que pasea un perro.

en la parada estoy yo, lamentándome por el calor, el sol y la pérdida de tiempo, y un hombre al que apenas miro.

fumo, esperando que algún bus pase. ya se sabe que los buses demoran.
el hombre se acerca con una moneda de diez pesos en la mano y dice:

- ¿me vende un cigarrillo?

le digo que no, que los vicios no se venden, se regalan, y lo convido con uno. no tiene los dedos amarillos. le pregunto si tiene fuego y dice:

- no, hace diez años que no fumo, pero te vi fumar y me dieron ganas.

debí prestar atención al cambio de persona gramatical, pero no. uno a veces anda distraído.

entonces lo observo bien.

es flaco, descarnado, tiene el pelo blanco, un sombrerito (cachucha se dice en venezolano) de baseball negro, unas bermudas negras y unas sandalias de cuero marrón. para colmo, es chueco. por el aspecto, podría ser extranjero, un inglés que aterrizó en un lugar equivocado. pero no. cuando sonríe, tiene esa cosa notoria del que es un poco lento.y el acento lo delata: es vernáculo.

le cuesta encender el cigarrillo - ¡no hay viento!- y sonríe y dice:

- ¿cómo te llamás?

lo miro y pienso. podría ser políticamente correcta y amable e inventar un nombre. eso llevaría a una conversación insostenible acerca de no se sabe qué y otros etcéteras, hace calor y me da pena. qué desperdicio de proactividad.

- no importa el nombre -respondo y me alejo un par de metros y ostensiblemente oteo un horizonte imposible a ver si aparece algo parecido al transporte público. me digo que colón debe de haber oteado el horizonte de este modo y encontró américa.

el hombre me da pena. "buen intento", pienso; "aunque acá la comedia romántica se termina frente a algo parecido a un sujeto como éste" (basta con verlo para darse cuenta de que, como dicen los alemanes, "no tiene todas las tazas en el ropero"). apenas me da para preguntarme qué imaginó.

una situación semejante, en otra ciudad, digamos, nueva york, parís, berlín o beyrut, y con una buena producción, hubiera dado lugar a una romantíquisima comedia en la cual el hombre de la parada y la mujer de la parada terminan amándose por el resto de sus días. felices de cómo la vida los cruzó. es tan generosa la vida, nos dicen las comedias románticas. y todos suspiramos felices y hasta lloramos un poco. si a otros les pasa...

acá no. acá no hay comedias románticas, y el que te pide un cigarrillo es un desgraciado que, por algún designio kármico fallido, tuvo el arrojo de hacer el intento... y se encontró con la que escribe estas líneas. alguien que disfrutaría de vivir una comedia romántica, pero no a tres cuadras del estadio centenario.

domingo, 15 de noviembre de 2015

una guerra no convencional

los atentados en parís, y hace unos días, en un barrio mayormente chiíta en beirut, llevan a reflexionar sobre lo que acontece en el mundo, para lo cual parece no haber respuestas de ningún tipo.

uno desea confiar en que los estrategas más brillantes de distintos países estén sentados haciendo los deberes, pero a la luz del tiempo presente, da la impresión de que no es el caso.

quizá las preguntas que uno puede plantearse o las hipótesis que puede manejar sean: vivimos un tiempo en que el teatro de operaciones es Occidente. el enemigo es peor de lo que fueron las distintas guerrillas urbanas y rurales de mediados del siglo XX. la guerra no convencional y su estrategia no tienen cabida. las teorías de clausewitz, de ludendorf, lidell, trinquier y otros que reflexionaron sobre la guerra, ¿sirven de algo?  en realidad, no sirven de nada. el esquema de "enemigo" evidentemente debe ser revisado. en primer lugar, hay que preguntarse quién entiende por enemigo a quién y por qué. si vemos lo que ha movido a los estados unidos en todo esto (cabe preguntarse, también, por qué Rusia y putin intervienen y a qué intereses responde esa intervención) -desde la primera guerra del golfo- hasta hoy, es claro que no se trata de un "enemigo" sino de quién es el "amigo" que responde a sus intereses. por la plata baila el mono, dicen, y en todo caso, por el petróleo. ese líquido motiva buena parte de las actividades norteamericanas en la región (medio oriente), así como las salidas al mar. a eso se le suman otros problemas que occidente genera después de la primera guerra mundial, cuando cae el imperio otomano y británicos y franceses se arrogan el derecho a redelinear toda la zona (pacto sykes-picot, en que también participa rusia). buena parte de siria y el líbano son protectorados franceses. a los países árabes les prometieron el gran imperio árabe, lo que fue una enorme mentira. súmese a eso que claramente las culturas son muy distintas. ¿qué entiende un occidental realmente sobre medio oriente? es incapaz de distinguir cosas obvias como que no todos los árabes son musulmanes ni que muchos musulmanes no son árabes, por ejemplo. es incapaz de recordar que en el líbano hay muchísimos católicos, y que la constitución de ese país distribuye cargos políticos entre las tres religiones mayoritarias: maronitas (cristianos), sunitas y chiítas, ni de distinguir las diferencias entre arabia saudí, yemen o jordania, y a eso se le suma el conflicto palestino-israelí.

el asunto es cómo se hace. no parece haber una forma tradicional  para resolver este problema. da la impresión de que el mundo, o al menos esta parte del mundo (aparte queda el lejano oriente) vive un "choque de civilizaciones", concepto que trabaja samuel huntington que a su vez toma de arnold toynbee, el historiador. sin embargo, también ese concepto se queda corto. si tomamos al pie de la letra lo que el estado islámico declara -algo así como que arrasará con todos los infieles, es decir, con todo lo que no sea musulmán- y que hará un gran califato con los países de la región, no se trata de un choque de civilizaciones, sino de una guerra final. pero enfrentar a un enemigo que no tiene rostro y que -salvo en el califato, en que se hacen visibles- puede ser cualquiera, suena a algo imposible.sin embargo, hay cuestiones que llaman la atención y que asustan. en el califato, identificar al estado islámico es sencillo, porque no se oculta. antes bien, sigue explotando, por ejemplo, los pozos de petróleo de los territorios que ha ocupado. tal parece que en medio oriente, todos saben dónde está el estado islámico, y ninguno de los países occidentales que le han declarado la guerra parece preocupado por dar en el blanco. mientras tanto, es en esos países donde el enemigo se ceba, a conciencia del caos que produce con cada atentado. ¿contra qué defenderse? ¿cómo? no llama la atención, si uno repasa un poco cómo ha operado el estado islámico hasta ahora, que el día de los atentados en parís, no hubiera ninguna agresión al presidente de francia -el líder del país al que el estado islámico le ha declarado la guerra- sino a la población más común y corriente de todas, esa que no tiene cara ni nombre, salvo cuando ocurre alguna desgracia. si el estado islámico en occidente atacara a líderes, el terror sería otro: sería el terror de los poderosos.

 pero ningún enemigo es todopoderoso e invencible. en alguna parte, el estado islámico tiene su talón de aquiles. quizá la inteligencia desplegada hasta ahora (mayormente de eeuu, porque gran bretaña parece hacerle la plana) no se ha hecho las preguntas correctas. en la medida en  que eeuu y el resto del mundo no comprendan el fondo de la cuestión, la solución no aparece. da la impresión de que alemania ha jugado con astucia. no le declaró la guerra. ningún país puede plantearse medidas de seguridad eficaces, a menos que se vuelva profundamente fascista, y mayor control de las libertades, vigilancia, delación y represión son cuestiones que favorecen al estado islámico, en cualquier parte, porque siembra más desconcierto y pánico. bien puede ser esa también una estrategia del estado islámico, arrinconar a los gobiernos a que tomen medidas represivas, totalitarias. de ese modo crecerán la xenofobia, la discriminación, la intolerancia. cabe la pregunta, también, de quién -como en cualquier novelita policial- se beneficia realmente con el crimen.

 ¿y si a un país se le ocurre expulsar -como hizo españa en 1492 con los moros- a toda la población musulmana que haya en su territorio? ¿qué diría el resto? en latinoamérica, el problema parece lejano, pero no deja de ser un problema, porque en un mundo global, lo que ocurre en una parte del planeta repercute en el otro extremo.

uno debería intentar comprender los postulados del islam. una de las tres religiones monoteístas del mundo, que, a diferencia, del judaísmo, es misionera, igual que la cristiana. vale decir, se propone convertir a los  "infieles". el cristianismo lo hizo por el fuego, la espada y la inquisición durante varios siglos. después modificó su estrategia. uno podría pensar que, con siete siglos de atraso, el islam está operando como operaba el cristianismo hace setecientos años... es decir, como en el siglo XIV. las cruzadas ocurrieron aprox. entre el 1100 y el 1200. en el siglo XIV, europa occidental y el mediterráneo vivieron una crisis en distintos planos, que abarcó lo demográfico, lo climático, lo político y lo religioso. esa crisis sentó las bases para la transición de la edad media a la edad moderna.
occidente, en el siglo XXI vive una crisis de proporciones semejantes a aquella, y es probable que nadie imagine las consecuencias de ésta, que pone en tela de juicio un conjunto de asuntos de difícil resolución, y que seguramente modifique completamente el panorama y marque un cambio de paradigma.



otra lectura es posible, aunque se parezca a una teoría conspirativa. que todo sea un fantástico caballo de troya construido con harta paciencia, cuya finalidad es entronizar el american way of life en occidente, sin cuestionamientos. ¿qué mejor que construir un enemigo tan poderoso que sólo un país puede destruir? porque, vamos, posibilidades de bombardear al enemigo ha habido varias. y sin embargo, se ha atacado a otros frentes, y no precisamente al estado islámico.
¿cómo justifica estados unidos su afán imperialista si se queda sin enemigo (después de que desapareció la urss)? construyendo un enemigo en apariencia invencible, diseminado en todo el globo, que puede atacar en cualquier momento, lo que justifica cualquier defensa.

hace poco conversaba con un conocido libanés. le pregunté si había vuelto a su pueblo, en el norte del líbano, donde había vivido su abuelo antes de terminar en uruguay. "mi pueblo no existe, los franceses arrasaron con él y degollaron a todos. mi abuelo se salvó porque se escondió". la falsa acusación de que irak tenía armas químicas en su territorio, que fue la excusa para derrocar a sadam hussein y que en su momento fuera cuestionado, ya forma parte del folklore narrativo norteamericano, y se puede ver en series como "generation kill".

a lo que voy es que hasta ahora, occidente está acostumbrado a operar geopolíticamente como le plazca y después acomoda la historia. esta parece ser la primera vez que alguien le da "un estate quieto" (el 11-S parece un juego de niños con lo que pasó diez años después). a veces, sin embargo,  cuando occidente se cansa, ocurren hiroshima y nagasaki, y a nadie se le mueve un pelo. sólo que esta vez, hiroshima y nagasaki podrían tener un impacto planetario. y lo que en definitiva está construyendo toda esta barbarie es pintar al musulmán, indiscriminadamente, como el enemigo público número uno, cuando claramente no lo es. se olvidan muchos que el enemigo es la pobreza, el hambre, el analfabetismo, la rapacidad, la estupidez global. el estado islámico parece haberse convertido en el espejo en el que a occidente no le gusta mirarse.


miércoles, 25 de febrero de 2015

kalamata, despedida: entonces conocí a kate (homenaje torcido a los hippies)

kate tiene 69 años, fue beatnik afrancesada y después, a mediados de los sesenta, se hizo hippie. es como escuchar a kerouak a punto de escribir on the road. es una mujer preciosa.

se parece a joni mitchel y a Marianne faithfull y a John mayal, porque tiene el pelo lacio y canoso y lo que menos parece es una británica de pura cepa. aunque como es del norte, el acento es un poco diferente y más amable y simpático que el de los londinenses. y habla con una cadencia distinta, más pausada, lo que la hace comprensible. y deja que le saque una fotografía.

dice: en mi adolescencia, los rolling stones y los beatles no sonaban para nada, y nosotros pensábamos en francois Hardy y en Sartre. éramos franceses, andábamos con los libros de jean genet bajo el brazo. hasta que empezó a sonar aquella música.

vive aquí y allá, y cuando la hija tenía siete años, se fue a afghanistán, antes de que "empezara todo", y anduvo entre Kabul, istambul y otros lugares, a dedo, yendo y viniendo.
conoció a su actual compañero de casualidad, haciendo dedo. resultó ser un inglés, "el chico de la casa de al lado", y ese encuentro era imposible, pero vio su pasaporte y el apellido le sonó conocido y resultó que eran de  un pueblo, increíble  que dos personas coincidieran en un lugar tan alejado como Pakistán. parece lao tsé y su relato de la aldea: si el relato de la aldea es real, representará a cualquier aldea del mundo.

entonces kate dice que vayamos a cenar a un lugar que no es muy "fancy", pero que es real, queda acá nomás, cruzando la avenida, a donde van las familias griegas, y es cierto. pero antes hay que pasar por un kiosco a comprar papel para armar cigarrillos, porque sólo fuma armados. "lo demás es porquería", dice.
allá vamos.
es una taberna, una fonda. se puede fumar, agrega, lo cual es bueno.
pide vino de la casa, que traen en esas jarras de metal que lo mantienen frío una eternidad, y después elige platos del menú: un verdadera cena griega, como comen los griegos cuando son griegos, pese a la crisis, pese a todo. "comida de campesinos", aclara, y se entiende lo que quiere decir.
los restaurantes se parecen a todos: acá, en parís, en Berlín, en Milán, en Madrid. se pierde el sabor de la cosa en sí.
estoy de acuerdo con ella. porque el queso picante y frito viene envuelto en papel de aluminio y no hay platos si no se pide, y las papas huelan a las de cocinaría alguien en su casa.

unas tortillitas de garbanzo, una pasta con camarones, unas papas asadas y un queso picante, un pan negro gruesísimo y ancho. y el vino. y los cigarrillos.

(dios nos salve y guarde de alguien tan aburrido como nuestro futuro presidente que anuló el placer de fumar en un bar)

la conversación se desgrana entre los rolling stones, pink Floyd,king crimson y alguna otra cosa. después al humor inglés y después a lo cosmopolita que puede ser una sociedad antes y después del terrorismo. antes, dice, los policías ingleses no  usaban armas y uno se sorprendía en otros países al verlos armados. los ingleses usan armas para cazar. y tenemos una reina. extranjeros creen que la reina gobierna, pero no. y no tenemos presidente. ríe.

como hippie y beatnik, viajó por diferentes países del mundo, en forma azarosa. incluso Centroamérica antes de la revolución sandinista.
kate me recuerda lecturas de la adolescencia, una suerte de ingenuidad y una certeza propia del primer mundo. dice que tanto le quitó gran Bretaña (y otros países como Holanda, Bélgica, etc.) a áfrica y asia, que ahora esos países lo quieren de vuelta. lo entiende y lo acepta. es curioso cómo se lee la historia de un lado y del otro. hablamos de hobsbawm, escuchamos trouble in mind y alguna otra cosa de aquellos años, y hablamos de Mike leigh, que es posterior, y que cuando era joven no tenía noción de lo que era gran Bretaña, y que ahora sigue sin tenerla, pero que de todos modos, cuando le preguntan qué le gustaría ser si no fuera inglesa, no sabe qué responder. "holandesa", dice al rato, "los holandeses me gustan, viví allí un tiempo". le pido que me relate su vida en afghanistán; y después de cuando fue voluntaria en un ashram budista en india, y que adelgazó diez kilos. y después quiere saber cómo es Sudamérica, y es difícil explicar que es como una colcha de retazos, con muchas costuras en común, pero con tantas cosas diferentes. me dice que no parezco sudamericana, y debo decirle que tiene razón. pero qué le vamos a hacer. ¿qué aspecto tiene un sudamericano? nadie sabe. no sé cómo pasamos a la heroína. dice que fue una sola vez, y que única. coincidimos, la heroína es para una vez y nunca más. estaba en india. en el templo de los monos, con su hija rachel, de siete años, en una tormenta portentosa. le pregunto por qué no escribió su peri8lplo. me dice que alguien escribió sobre un viaje similar, con una hija llamada rachel. coincidencia.
pero tiene una nieta que se llama ruby, que nació un martes. ruby tuesday, digo. sí, pero mi hijo no se dio cuenta. es la diferencia cultural.

- ¿eres periodista?- me pregunta de pronto.
- a veces - le respondo.
- tengo una amiga periodista, pero lo que escribe no me interesa mucho.
no sé qué responderle.
tiene los ojos brillantes, celestes, arrugas en algunas partes del rostro y dice que a su edad, después de haber pasado por tanta cosa, se siente como si tuviera 12 años. "hay todo para descubrir", dice, y espera que entienda, y creo que lo hago.
- ¿y qué piensas de los ingleses?- me pregunta de pronto, mientras arma el segundo porro.
(y antes quiso saber si me molestaba que fumara, y le digo: go ahead, en mi país es legal).
- los ingleses me caen bastante bien.
- ¿por qué?
- por el sentido del humor, que es negro y sangriento. por las películas y las series de televisión. y porque Londres me resultó un lugar donde la gente parece convivir pacíficamente.
le expliqué lo que vi y dijo que para un inglés es diferente.
nunca entenderé la diferencia entre "inglés" y "británico", pero más vale no preguntar.

sé que esta semblanza es inútil; pero kate -de quien no conozco el apellido y no sé si veré alguna otra vez en mi vida- representa al viajero universal, al que va y viene de un lado al otro, porque así creció, con un padre que recordaba la primera guerra mundial y la segunda guerra mundial y que decidió tomar clases de alemán, para comprender a "los otros" y que llevó a sus hijos a la selva negra, donde se dieron cuenta de que algo no funcionaba del todo bien, pese a que todos eran muy amables, pero ambas partes se sentían culpables no sabe bien de qué ni por qué.

entonces hablamos de la diferencia entre merkel y el gobierno, y los alemanes, en caso de que pueda hablarse de algo así. y digo que no sé, que mis amigos son alternativos, y los alternativos son universales, no tienen patria. y se ríe. y es como ver a janis joplin reírse, porque cuando le digo que el rock nació en gran Bretaña salta con jimi hendrix y me deja sin argumentos, y menos con el blues y con el jazz. bueno, es una inglesa avispada, me digo, hippie de verdad.

así transcurre la noche, y de Marianne faithfull pasamos a pachelbel,lenguaje universal, y tan luego me da algunas recomendaciones muy útiles para el viaje de regreso y me dice que me guarde las almendras ahumadas que trajo, que son buenas para un largo viaje. me muestra cómo apagar la llave del calefón y de la calefacción central, y me da consejos acerca de la estufa.
y después quedamos en vernos en york, en la casona que habita en los terrenos bajo el castillo, los terrenos de los primeros burgueses de la zona donde vive con aquel inglés que conoció en su hacer dedo en Afganistán y que resultó ser el chico de la cuadra.
- hace cuarenta años que estamos juntos; tenemos dos hijos en común, y dormitorios separados. y cada tanto me voy. y él se queda. y así vamos. no imagino la vida distinta de esto. es el día a día - dice y sonríe.
me prometo visitarla en york. y después encuentra la bufanda que dejó olvidada hace unos días y se emociona. la tejió una diseñadora de Ralph Laurent, su mejor amiga, que tiene un cáncer terminal.
el cáncer no distingue nacionalidades ni mundos. y se morirá pronto y se quedará sin su mejor amiga.

la acompaño a la puerta y le digo adiós. otro nombre para la lista. otra persona en la red de personas que navegan por el mundo y se cruzan y se entienden y después dejan de estar hasta la siguiente vez.

 

miércoles, 18 de febrero de 2015

beyrouth 6, en el bazar de abdul sattar

la lluvia torrencial y el frío amenazan seriamente los planes. pero de pronto, sale el sol, y es el momento de salir. primer destino, el "centre des artistes de la ville", léase "mercado de los artesanos", en francés, y con vista al mar mediterráneo. la visita vale la pena. un local grande y espacioso, con mesas cubiertas de  objetos, prendas, artesanías en metal, madera, piedra; jabones de todo tipo, ropa típica (hermosísima y muy cara), joyas, amuletos contra el mal de ojo y para la buena suerte, aceite de oliva de regiones ignotas, almohadones, alfombras, cortinas y otro conjunto de cosas cuyo destino desconozco. las dependientas, de uniforme azul que las hace parecer azafatas de air france, son amablemente distantes, y no sé si son libanesas, pero me recuerdan lo antipáticos que son los franceses, buena parte del tiempo. quizá es parte de su identidad. éstas podrían perfectamente ser parisinas. y esa fría amabilidad hace que salga pronto de allí, vuelva al mediterráneo y vea a los primeros pescadores de la mañana lidiar con anzuelos y carnada, porque se ha levantado el viento y las olas rompen contra uno de los farallones.
mi intención es ir a los souqs por la rambla; y de pronto, como escondido entre un restaurante que ofrece comida de mar, que está cerrado y en muy mal estado, y otro tenderete cerrado a cal y canto, una vidriera en la que se abarrota cualquier cantidad de objetos disímiles, como si fuera - y lo es- un bazar. en la vidriera hay lámparas a mantilla, cacerolas de bronce para preparar café "turco", estatuillas de siluetas fenicias, fotografías un poco desteñidas, sombreros, rosarios. entro. delante de una mesa hay un hombre arreglando algo, con una pinza muy delicada que contrasta con sus manos fuertes; y entonces aparece quien después conoceré como "sattar". es el dueño. un libanés que ha de rondar los setenta años, muy afable, que me da la bienvenida y  me pregunta de dónde soy. cuando le digo, me dice (como han dicho todos hasta el momento): "ah, en uruguay hay una gran colonia libanesa" (y después de leer algunos artículos, llego a la conclusión de que todos los libaneses del mundo se conocen y son familiares entre sí. de acuerdo a lo que me dijo ayer Madelaine, la diáspora libanesa reúne a 20 millones de almas). le pregunto si puedo husmear y dice que por supuesto, y me va mostrando lo que para mí son tesoros. ay, uno se quedaría con todo. pero no es posible. y sobre cada cosa que pregunto, tiene una historia que contar. el  backgammon lo inventaron los turcos, pero no lo juegan, lo introdujeron en el Líbano, le dieron la espalda, y los libaneses son campeones mundiales de backgammon. se ríe y  me muestra diferentes tamaños y diseños, cada uno más hermoso que el anterior. sobre el ajedrez "yo lo vendo, mi vendedora sí juega". y efectivamente, hay una mujer joven, sentada en un taburete jugando al ajedrez. me muestra joyas, algunas antigüedades. le pregunto de dónde son y dice que muchas fueron descubiertas en la propia Beyrouth, que "está construida en capas, siete, y cuando se hace un edificio nuevo o se tira abajo una casa, entre los escombros aparecen cosas". "como qué?" muestra: cajitas de plata para guardar pastillas; pulseras, un ananá en miniatura en plata; collares, perfumadores, un peine de plata. sigo revolviendo. un sombrero al viejo estilo, de mujer, me vence, y una pulsera de plata y ónix. se amontonan las cosas, y es agradable su charla. le pregunto el nombre y dice "abdul sattar, pero me dicen sattar". le tiendo la mano. quiero pagar, una máquina no funciona, dice "vamos al banco". caminamos. para cruzar la calle dice "sígame" y se mete entre los autos que semi lo esquivan. en el banco, el guardia nos mira. cuando pasamos por el hotel Saint George, dice: "la bomba que mató a Hariri destruyó mi tienda. bum, atómica". me despido y me pregunta si sé seguir mi camino, le digo que sí. entonces sonríe: venga a verme, la invito a tomar un café. antes de las seis. le digo que lo haré.
después sí, al souq, a escuchar las plegarias de las mezquitas, y tomar un café libanés en el grand café. el mozo me reconoce. el sol brilla, el tráfico es menos pesado de lo que pensé, o quizá uno se acostumbra. en todo caso, ya no me resulta tan difícil cruzar las calles y avenidas. y entonces decido volver y tomar el café con sattar. antes, cerca de su bazar, consigo el tabaco y el carbón y los filtros para la narguila. la mujer que atiende es vieja, con ojos celestísimos, y fuma. parece seria, y casi no me hace caso. me da las cosas sin decir nada. y sin explicación -vaya uno a saber en qué pensaba y después dejó de pensar- sonríe, me dice "bienvenida al Líbano, deseo que vuelva, que este no sea su único viaje". sale y se sienta al sol a fumar. cerca, unos gatos se acercan a jugar. le pregunto si puedo tomarle una fotografía y hace que no con la cabeza. ¿de la tienda? sí, puedo. y vuelvo a lo de sattar.

 "ha vuelto", sonríe y le dice a la vendedora que prepare dos cafés. le pregunto si es de aquí, y dice que sí, que nació aquí, pero que su padre era de India -nombre de ciudad incomprensible- y que viajó a Irak, donde conoció a su esposa, de modo que su madre era irakí. Luego viajaron a Egipto, por negocios, a Trípoli, a trabajar en el petróleo, luego a Haifa, y en los años complicados vinieron al Líbano y aquí se quedaron. Esta tienda existe desde 1952. Entonces sí le pregunto por la bomba. Se ríe y dice: todo voló en pedazos, los vidrios, las cosas, y yo salí herido. Mi vendedora me salvó; no sabía que podía saltar con tanta velocidad. me empujó, me tiró al suelo y saltó.
ambos ríen. recuerda la Beyrouth de antes, la de las fotografías en sepia que me muestra. me da una silla. le digo que no quiero robarle el tiempo, que tiene que trabajar. dice: pues que los clientes esperen afuera, los ve? que hagan cola, estoy conversando con usted. y entonces le pido que me muestre lo que hay en esas bandejas bien abajo, y qué es esto y qué es lo otro; después me pregunta si hablo árabe. le digo que no, que sólo tres palabras. "¿cuáles", quiere saber. le digo: sushkrat, habibi, mahaba. dice: aprendió tres hermosas palabras. me alegra. a mí también. y no sé por qué le pregunto si conoce a Ibrahim. y dice: el que tiene esa colección? por supuesto, somos amigos y vecinos. le digo: no puede ser, usted vive en ain el mreissé? y dice que toda la vida ha vivido aquí, igual que la vendedora. le digo que yo también y quiere saber dónde. hago un dibujito. dice: sí, somos vecinos. qué increíble. doblemente bienvenida. la vendedora también se ríe. es una rara coincidencia, creo. me pide que le dé saludos de parte de sattar a Ibrahim. le digo que si lo veo, con gusto lo haré.
después, ambos dicen que he de quedarme  más tiempo en Beyrouth o volver; la primavera, agregan, es hermosa aquí; y sí, ha de serlo. ojalá pudiera, pienso. ni siquiera sé si mañana voy a ir a byblos, depende de cómo esté el clima.

sí, es hora de regresar. pero el mar vuelve a atraparlo a uno. hay un hombre parado, que mira el horizonte y fuma, y otro que espera un taxi.

volver es una buena decisión, porque a poco de llegar, vuelve a llover a cántaros. después escucho las plegarias de la tarde; seguimos con apagón, hace mucho frío, y me doy cuenta de que me olvidé de tomarle una fotografía a sattar. es una buena excusa para volver mañana y revisar un poco más.
 

martes, 17 de febrero de 2015

beyrouth, 5: los sauditas que querían ver la nieve

En House of Stone, Anthony Shadid dice que "bayit" en árabe significa casa, pero que la connotación del término es mucho más amplia y que se refiere a hogar y familia. "En Medio Oriente", agrega, "bayit es sagrado. Los imperios caen; las naciones desaparecen; las fronteras se mueven o se realinean. Viejas lealtades se disuelven o, sin previo aviso, son alteradas. El hogar, no importa si es una estructura o la tierra familiar, finalmente, es la identidad que no se desintegra".

Bayit o beit, como también se ve escrito en algunos carteles: es que a 20 km al sur de Beyrouth se encuentra Beit Eddin (casa de la religión), donde el príncipe Emir Bashir (1788-1840)  construyó el palacio que alberga los mosaicos bizantinos más imponentes del mundo, palacio que se conoce también como la "alhambra del Líbano", así como los baños inspirados en los romanos (frío, templado y caliente) y las salas de negociaciones y los techos tallados en cedro...

Y ese lugar prometedor se encuentra en uno de los valles del Mont Lebanon, una de las cadenas montañosas donde crecen los cedros que son el símbolo del país (y que lo hicieron codiciado en la antigüedad), el Shouf, que en árabe significa "¡mira!" porque el paisaje es realmente un sueño.

Pero para llegar allí hay un principio. Y el principio se llama Nakhal agency, que ofrece tours por todo el país, uno que lleva precisamente a Beit Eddin, Deir El Kamar, Los cedros de Barouk, y termina en Baytna, un caserón de casi 300 años, construido a la manera típica libanesa "piedra por piedra", tal como describe Shadid en el libro mencionado. En Barouk nació el poeta Rashid Nakleh, autor del himno nacional del Líbano, y el punto más alto de este valle es la montaña Jabal el Barouk, a 2221m sobre el mar. Porque, más allá de estos picos nevados, el Mediterráneo corre a todo lo largo del Oeste del país.

En la agencia esperamos, una guía turística libanesa que habla español con acento francés, al resto del grupo, que demora. Por fin, los vemos llegar. Se trata de cinco hombres jóvenes oriundos de Arabia Saudita, que hablan árabe a altísima velocidad y que trabajan al norte de Beirut, a 20 km, en una compañía papelera. Tienen el día franco y coincidimos en este viaje. Lo que quieren es ver la nieve del Mont Lebanon, el resto no les interesa demasiado. De modo que ni la Iglesia (ortodoxa) de San Jorge (patrón de Beirut y del que se dice que venció precisamente aquí al dragón), ni las ruinas de los baños romanos, ni la comandancia de los otomanos durante su mandato, ni el Museo Nacional con las esculturas de los niños en agradecimiento al dios Eshmun (que curaba niños), ni la base de la columna persa y su capitel con los dos caballos siameses, ni las tumbas bizantinas que recuerdan el mito de Aquiles, ni las tumbas con cabeza humana y cuerpo de ataúd (griegas) ni los mosaicos que narran el rapto de Europa... nada de eso les interesa demasiado.

Y después tomamos la autopista, rumbo al Sur, y pronto se ven los caseríos y los edificios humildes donde me han dicho que viven los refugiados palestinos; con el Mediterráneo a los pies; y después se llega a Damour, poblado que fue completamente destruido durante la guerra civil, y que comienza a recuperarse, el perfil de una iglesia y de una mezquita contra el cielo que se ha vuelto del color del plomo y amenaza lluvia. En Damour hay un parador, Dagher, que ofrece una variadísima oferta de panes de todo tipo, así como de -llamémosle- sándwiches, aunque no lo sean, o "tortitas" de masa salada cubiertas por diferentes acompañamientos, como los zaa tai, con una pasta de aceite de oliva, orégano y semillas de sésamo, o los keshek, con un manto que parece dulce de damasco, pero que resulta ser queso de cabra horneado y un poco picante. La lista es larga; el café negro es sabroso, y la lluvia que se desata no impide que todos fumemos bajo un alero que apenas nos protege. Unos kilómetros más adelante, la autopista se bifurca y nos detenemos ante un puesto del ejército. Nos miran, el conductor muestra sus papeles, saludamos y nos dejan pasar. Entramos en el valle, comenzamos a subir la montaña. Madelaine, la guía, explica que allí es el cruce de dos ríos, y efectivamente allí está, un río encabritado y marrón, poderoso, que me recuerda al Urubamba, y el paisaje también recuerda al de ese valle peruano (habría que ver en qué paralelo quedan ambos países y si hay algún parentesco geográfico entre ambos).
Nos recibe un caserío, "Kfarhim", en el que sólo viven católicos maronitas y drusos; no hay musulmanes. El detalle curioso es que el primer kiosco de todos, el que está a la entrada, luce un cartel descolorido y en tonos horriblemente rosado-amarillentos, donde leo claramente "yerba mate elaborada". El kiosco está cerrado, y no queda claro si siguen vendiendo yerba mate elaborada, si "elaborada" es la marca o es lo que la distingue de otras (en caso de que haya otras), ni por qué en Kfarhim alguien vende yerba mate. El camino se angosta, y de un lado y del otro surgen casas construidas con la piedra amarilla y blanca de las canteras, la misma piedra que se usó para reconstruir la ciudad vieja en Beirut, y que le da a los edificios ese color tan particular. Madelaine dice que aquí vivía un hombre muy pobre, llamado Mosse, que soñaba con tener su propio palacio, y que empezó a construirlo a los 15 años. Cincuenta años más tarde lo terminó, y lo convirtió en un museo popular. Efectivamente, es un palacio, con almenas, torreones, y lo que lo distingue es que cada piedra -cada piedra- tiene un dibujo único tallado. Nos detenemos allí, y entonces aparece un auto negro, bastante deteriorado, del que desciende un hombre con un enorme bigote, vestido de negro, que saluda, abre la parte de atrás, y aparece un conjunto de cajones y cestas con dulces de todo tipo, que nos ofrece, que los probemos, un regalo en la mitad de la lluvia y el frío. Higos rellenos de nueces; damascos con queso y nuez; almendras ahumadas, galletitas de sésamo, nuez e higo; y otros dulces que desconozco, pero que son igualmente deliciosos. Y así como apareció, se despide, cierra el auto, arranca y desaparece en el camino de la montaña.

Y de pronto, el sueño de los sauditas se cumple: porque hay nieve aquí y allá, ha nevado no hace mucho y todo está cubierto de ese manto blanco que tanto los sorprende y los emociona, tanto que hay que detenerse, porque quieren tomar fotografías, tocar la nieve. Salimos, hago una bola de nieve y se la tiro a uno de ellos, Ahmed (se pronuncia ajmed), y como está helada, es como una pelota de tenis y él se la tira a Fahad, que la recoge y se la devuelve a Caled. Y así, parecen niños y no adultos, no técnicos, ni consultores ni entrenadores ni nada de lo que son que los trajo a trabajar al Líbano, porque se divierten jugando con la nieve y riendo y dando saltitos y pegándose algún resbalón.

El almuerzo en Baytna, en la casona de piedra que tiene 300 años, y que mira al valle de Barouk y los cedros, es típicamente libanés, y parece no tener fin. Entradas varias, con pan lavash, que me sirven ellos, cortado con la mano, humus de garbanzo y de berenjena, y labne con menta; los rollitos de repollo y arroz; la ensalada de pepinos y pan frito; y tan luego lo que se parece al suslaki griego, de pollo y de carne roja, algunos picantes, otros no; aceitunas negras y aceitunas verdes; salsa de ajo; los miro servirse y trato de imitarlos, hundir el pan lavash en el humos y hacerlo un rollito; pescar la verdura y agregarla, y disfrutar y fumar y fumar y reír. Hablan árabe, pero a veces se acuerdan de que estoy allí. Entonces cuentan de sus hijos (la mayoría tiene hijas mujeres, una gran casualidad) y dicen que el islam permite tener hasta cuatro mujeres. Digo: pero si una mujer ya supone "problemas", a quién se le ocurre querer tener cuatro! Se ríen y quieren saber si tengo marido (pícaros, me digo, pero no quiero ofenderlos: no me preguntan cuántos maridos tengo...). Hablamos. Les pregunto si son musulmanes, dicen que sí. Quiero saber entonces si sunitas o shiítas, y se sorprenden y que cómo es que conozco esa diferencia. Hablamos de eso, del heredero del Profeta, y de que en realidad, no hay tal diferencia. De los cinco que son: Ahmed Anqoor, Caled Faki, Mohammed Zuhar, Fahad Alsuderi y Ali Dahan, cuatro son sunitas y uno es shiita. Pero dicen que se entienden bien, que son amigos. Y el jefe es cristiano. Entonces me preguntan si soy cristiana y digo que no. Para no entrar en disquisiciones que pueden ser ofensivas (todavía recuerdo las discusiones con Susy, de Indonesia, que no comprendía cómo un país podía ser laico y una persona declararse atea), respondo que soy budista. Ah, dice Fahad, que es el más simpático y viajado, "Buddha", y eso dirime la cuestión. Ahmed entonces le pide a uno de los camareros una narguila, y le traen una maravilla de metal, con los carboncitos encendidos y una suerte de boquilla, roja para él, verde para mí. Me invita a fumar, me hace lugar a su lado. Qué delicia! No es la primera vez, pero este tabaco es perfumado, dulzón, exquisito. ¿Dejaría los Marlboro por esto? Sin dudarlo. Habrá que pensar un poco sobre el asunto.
Luego traen los dulces y las frutas y el café "turco", que se bebe en tacitas diminutas y tiene que estar casi hirviendo. Fahad, que es con quien he entablado conversación y parece el más cosmopolita de todos, me muestra fotos suyas de hace un año, en Arabia Saudita, vestido tal como se visten para las fiestas: con el largo traje blanco, el turbante rojo y blanco. Parece un sheik salido de las mil y una noches. Después, me muestra otra fotografía en el desierto, con el largo vestido negro -que protege del sol de día y es caliente de noche- y realmente parece otro, desconocido. Ali Dahan me dice que le gustaría quedarse a trabajar en Líbano, y todos están de acuerdo en que el Líbano es mucho más bonito que Dubai, que es "moderna, ruidosa, sólo para hacer compras".

Madelaine propone detenernos en Deir El Kamar, recorrer el pueblo que es únicamente peatonal, ver las casonas viejas, las terrazas en la montaña en las que crecen los olivos; visitar un museo que parece muy interesante. Pero ellos sólo quieren ver nieve, y unos kilómetros más adelante piden para bajarse a tomar fotos y volver a jugar con esa cosa helada que es tan escurridiza. Desde la van, Madelaine, el conductor y yo los observamos y escuchamos sus carcajadas, y lo graciosos que quedan con las bufandas que se compraron de apuro debido al frío y que se ponen como si fueran turbantes. Después nos volvemos, bajamos la montaña, atravesamos el paso del ejército, y vemos el Mediterráneo. A punto de entrar a la ciudad, Madelaine saca un mapa y nos recuerda dónde estuvimos y el lugar que ocupa el Líbano, tan pequeño -unos 10 mil y algo de kilómetros cuadrados y sin embargo, uno de los sitios con más caudal acuífero: quince ríos en el territorio es un número altísimo, dice- y dice: limita al Norte con Siria; al Este con Siria y con Jordania; al Oeste con el Mediterráneo - 230 km de costa continua en ese mar, de donde salieron los fenicios a recorrerlo-, y al Sur con Palestina.
Pienso en el orientalismo de Said, y en que una descripción geográfica también es una definición política.

Entrar a Beirut supone una hora, debido al tránsito pesado. Luego, un automóvil de la policía detiene a un auto y lo aparta de la ruta. Los árabes lo notan y lo comentan; ni Madelaine ni el conductor parecen sorprendidos o preocupados. Madelaine me ha dicho que debido a la guerra, ya no reciben turismo. Es una pena, le digo, la ciudad y la región son hermosas. Vale la pena conocerlas. Sonríe. "la guerra lo cambió todo. Las guerras no son buenas, ninguna guerra lo es". En los edificios que aún quedan de la época se ven las heridas en las paredes, agujeros de disparos, granadas, bombas. En la Iglesia de San Vicente de Paúl -que será reconstruida en algún momento- en un agujero enorme cuelga una tela negra que parece un enorme águila de alas desplegadas, impresionante bajo la lluvia. Un poco más allá, la tumba de Rafik Hariri, primer ministro asesinado en el 2005, cuyo aniversario se festejó el 15 de febrero, y que visitamos antes de dejar Beirut, completamente cubierta de flores blancas. Y más abajo la Plaza de los Mártires, en conmemoración de la independencia de los otomanos, escultura enorme que fue lacerada durante la guerra civil, y que la han dejado como está, doblemente mártires.
Y después los enormes edificios de más de 40 pisos y el Mediterráneo.



 

lunes, 16 de febrero de 2015

Beyrouth 4: Ibrahim y Le Souffleur

en Beirut re-collected, la cronista denise maroney, irlandesa-libanese, escribe un texto delicioso titulado "Le souffler", que refiere a un personaje, Ibrahim, y a una enorme colección de "objetos", aquí en este vecindario, Ain el Mreisseh. No hay  ningún otro dato, salvo la historia de Ibrahim, y un par de fotos del museo personal de un hombre que fue  bombero y pescador y al que un accidente, hace muchos años, dejó tullido. Desde que llegué, me ha llamado la atención un balcón en el que se acumulan "trastos": un ropero con vidrios biselados, un par de carteles, algunas lámparas y otras cosas que no distingo. Algo me dice que allí vive Ibrahim, en caso de que todavía exista. Me propongo encontrarlo y conocer le souffler. Le pregunto a una mujer que fuma en la entrada de la casa contigua, si conoce a Ibrahim. Me dice que sólo habla árabe y repito: I-bra-him, y hace que sí con la cabeza y señala una dirección. Creo que se trata de un hombre de pelo blanco, que veo todos los días, sentado en una terraza llena de plantas y jaulas con pájaros. Y allí está;  llevo el libro bajo el brazo, en caso de que efectivamente sea él. La crónica permite pensar que esa posibilidad es real. En el pasado -mucho antes de la guerra civil- este barrio era de pescadores, y ayer vi el antiguo puerto, en el que todavía hay amarrados algunos botes, con un edificio abandonado, que debió de haber sido tan imponente como todos los que aún se mantienen en pie, pese a lo destruidos que están. Me acerco al muro y le pregunto si es Ibrahim. Me hace que sí con la cabeza y le pregunto si él es el que "construyó" le souffler. Dice que sí, y  me hace señas de que entre. Hay una puertita negra, de metal, semiabierta, una escalera que da un par de vueltas y después estoy en la terracita de Ibrahim. Sonríe. Soy yo, dice. Me presento y nos damos la mano. Se disculpa por no levantarse, señala un andador de metal y luego las piernas cubiertas por una manta. Le muestro el libro y se sorprende, del mismo modo que se sorprendió la vendedora del bazar de libros. Dice que no sabía de su existencia. Se asoma una mujer y él dice que es su hermana. Habla un inglés en el que se mechan palabras en árabe; cuántos años tiene no lo sé, pero estimo que rondará los setenta, aunque es de complexión fuerte y los ojos celestes le brillan mucho. Me pregunta de dónde vengo, qué hago aquí, y de inmediato agrega que ya no le gusta Beirut, porque hay problemas, Hezbollah, etc., y que antes el vecindario era distinto: demasiados edificios, dice, pocas casas. Después le pregunto por le souffleur y dice que es la palabra francesa para "buzo", y que él trabajaba en el mar, igual que su padre y su abuelo, y que empezó coleccionando caracoles... y después se apasionó. Dice que su hermana está preparando todo para que yo recorra las tres habitaciones -necesito dos más, agrega- en las que guarda unas 60 mil piezas, sin contar las diez mil fotografías que también atesora en otro de los cuartos. La hermana no habla inglés, pero es simpática; después aparece otra hermana que sí habla un poco de inglés, y tras esperar un rato, me dice que ya puedo subir. Subimos otra escalera, entre plantas y pájaros y aparece un portón de madera de color bordeaux, con un cartel en el que se lee, tallado y un poco descascarado, "souffleur". La mujer abre el cerrojo y me hace pasar. La acompaña su hija, Tía, de siete años, y muy alta. El lugar es indescriptible y pregunto si puedo tomar fotos. Por supuesto, dice la mujer sonriendo, y no hace nada por mostrarme nada; es uno el que va descubriendo algunas cosas -imposible de una sola mirada entender todo esto- hasta que se descubre una especie de orden. Aquí, una mesa con armas de fuego -algunas muy antiguas; allá, una pared con espadas, cimitarras y otro conjunto de armas blancas, también muy viejas; un rincón con instrumentos musicales: cítaras, un acordeón, un laúd y otros instrumentos de cuerda que desconozco; una vitrina que ocupa media pared con caracoles; dos trajes de buzo con escafandra de hace demasiado tiempo y uno se pregunta cómo podían moverse con esos trajes pesados bajo el mar; lámparas que cuelgan del techo; un estante con no menos de veinte relojes de pared; otra vitrina con lámparas que funcionan a aceite, talladas en piedra; radios a válvula; cámaras de filmación; fotos en las paredes, carteles; otra mesa repleta de yesqueros de todo tipo y forma (que serían la envidia del poeta Cunha, si los viera); y así, se pasa de cuarto en cuarto y es como estar realmente en un museo, o en lugar donde quedarse y descubrir cada una de las cosas.

Salgo y vuelvo a la mesa donde espera Ibrahim. Me invita a almorzar con él, con ellos, y al rato aparece (no comprendo el nombre), un hombre joven, enorme de tamaño, que sólo habla árabe, y que es el que reparte la verdura en los mercaditos del barrio: abajo está estacionado el camioncito, en el que se ven tomates, pepinos, cebollas. Sonríe, y de algún modo nos entendemos. Intercambiamos Marlboro, dice que los míos son más ricos, pero los de él son más baratos. Se ríe. Ibrahim traduce, le explica quién soy y qué hago allí, le muestra el libro. Le pido que lo firme, y dice que con gusto, que pondrá su nombre escrito en árabe; después agrega que conoce a Uruguay por Suárez, pero claramente sabe mucho más, porque sabe dónde queda, y menciona otros países de América Latina. Le pregunto de dónde son las cosas que hay en su colección, y dice que muchas de aquí, de Beirut; otras, de Damasco, de Aleppo, y de más lejos, y no me imagino cómo ha hecho para cargar todo eso, o de a uno. Le pregunto si el "museo" es abierto al público, y dice que si alguien viene a verlo, porque oyó de él, es siempre bienvenido; mientras conversamos, la hermana sirve spaghettis con carne y queso blanco, y trae un jugo de frutilla, y pan lavash, y se charla en una mezcla de idiomas. ¿Cómo se dice gracias, cómo se dice adiós?, pregunto, y él se ríe. "La semana pasado vino un periodista del Independent a entrevistarme; y el mes pasado, alguien del Guardian". Se mira las manos y me pregunta si quiero más comida. Después agrega que vienen estudiantes, gente joven, los que han oído hablar de souffleur. Me pregunta hasta cuándo me quedo, y después le digo que si no le molesta, volveré a ver las fotografías. Dice que soy bienvenida, que podemos charlar en el balcón, siempre recibe a sus amigos allí. Se ríe, porque agrego que somos vecinos. La hermana también se ríe. Qué vecinos, me digo, y qué suerte haber comprado ese libro. No es frecuente que el contenido de un libro se vuelva real y tangible. Me despido con lástima, pero le digo que volveré pronto. "Y pruebas el café de mi hermana", dice. Es cierto lo que alguien me ha dicho: para los libaneses, la comida es algo muy importante, y compartirla con alguien es señal de hospitalidad y de amistad.
Dos horas más tarde, cuando salgo a comprar algo de verdura, supongo que es la que su amigo el repartidor acaba de distribuir, y la puerta sigue igualmente abierta, y la cabeza blanca de Ibrahim se ve desde la calle.
 

beyrouth, la nuite; 3


la salida está pautada para las 19:30; primero un trago en un pub, y luego se sigue en otra parte, es lo que sugiere Deidre, de la Embajada Británica, una inglesa que resulta simpatiquísima, habla español y ha recorrido buena parte del mundo. la lluvia se solidariza, se detiene los cuarenta minutos que se demora- a buen tranco- en llegar de Ain el Mreisse (Beirut Este) hasta Gemmayzé (Beirut Oeste). La división se relaciona con los años de la guerra civil, en que la ciudad se partió en dos; en el Este la población musulmana; en el Oeste, la cristiana (católicos maronitas). Los rastros de esa división pueden verse en algunos edificios, y en un mayor número de iglesias de un lado, y un mayor número de mezquitas del otro. La avenida corre paralela a la rambla, tuerce, se angosta, y se entra en un vecindario en el que todavía se ven las grandes casas (villas) de estilo árabe, con escalinatas amplias, ventanas con el arco morisco, balcones repujados, jardines con palmeras, y una prestancia de los años 40 y 50. Otras, igualmente grandes, han corrido peor suerte, y son despojos que pronto se convertirán en edificios modernos, como los hay en todas las capitales del mundo, y que no dicen otra cosa que la avidez de constructores y agentes inmobiliarios. Tan luego, la calle se ensancha nuevamente y estamos a punto de entrar por uno de los costados del Grand Serail, donde se encuentran algunas oficinas del gobierno, y un poco más "arriba" el reloj otomano y los baños romanos, de reciente descubrimiento. Se cruza otra avenida, para lo cual hay que desarrollar el arte de la inconsciencia: se trata de atravesar la corriente de autos en el momento en que alguno se detiene mínimamente; no parece haber otra regla para hacerlo, da lo mismo que sea en una esquina, en un cruce o en la mitad de la calle. Recuerda una práctica similar en Phnom Pen, pero acá los automóviles son más grandes y van a mayor velocidad. Por fin, estamos en la avenida Rue George Haddad, amplia e iluminada, que corre en paralelo a Saifi, del que ahora veo el otro rostro, los edificios afrancesados, recuperados, que dan a la avenida y al mar, allí, a pocos metros, con apartamentos a alquileres altísimos. El pub convenido, "Urbanista", no aparece por ninguna parte, y decidimos preguntar en una tienda hermosísima, con estantes de madera oscura y alfombras mullidas, y ventanas biseladas, "Le marchand a Venice", que sólo vende habanos y cognacs. Allí, el dueño, un calco de Marcello Mastroianni, elegantísimo vestido con un traje como sólo un sastre es capaz de hacer, explica, en francés e inglés -parece una película, realmente- dónde queda la calle que buscamos. Pues a dos cuadras, y aparece "Urbanista", donde beber un trago antes de ir a cenar a otro. Arriba del Urbanista hay otro local, en el que ondean una bandera de Argentina y otra de España, que se llama "El Gardel", y no queda clara la nacionalidad de los dueños: un español nostálgico, un argentino que vivió en España, un libanés que admira el Barca y a Maradona? Infinitas posibilidades, y la incógnita no se revela. Pero es raro ver esas banderas en ese balcón.

El Urbanista es un boliche como los hay en Buenos Aires, en Barcelona o en Berlín. Moderno, internacional, con una carta de vinos locales "buenos y muy buenos", en el que hay personas elegantemente vestidas, jóvenes sobre todo -prepondera el color negro en las vestimentas-, y se escuchan distintas lenguas. Una música a tono, que no impide la conversación y que también es internacional: la clase de jazz con unos toques de etnicidad, de world music, a tono con mozos vestidos de negro, políglotas, amables, que toman el pedido en tablets.
Se habla menos de política y más de los fondos destinados a la educación en relación con los refugiados sirios (a esta altura 1 millón y medio, lo que incide notoriamente en el presupuesto del Estado y en cualquier política nacional). Se habla de eso, y de Jordania, y de Yemen, y nuevamente de Beyrouth, de la vida aquí, y de este lugar, que podría estar en cualquier otra ciudad. Después, se sale. La calle de los restaurantes son varias, muchas cuadras, con boliches, pequeños pubs y restaurantes de todo tipo a ambos lados; las aceras angostas, la calle superpoblada de automóviles y de gente, gente en todas partes fumando, bebiendo, es la noche en Beyrouth y este es uno de los lugares a los que se va. Como si fuera la Ciudad Vieja, entre los restaurantes (lugares claramente reciclados que fueron casas viejas) todavía quedan edificios destartalados, portones abiertos por donde se ven patios y balcones; escaleras que desembocan en otros callejones, aceras en muy mal estado; basura, gatos, gente que quizá vive allí y espera no sé qué. Hay barsuchos con luz mortecina, apenas con algunos parroquianos que parecen ser vecinos; en otros, se fuma narguila; y en otros entra y sale gente elegantemente vestida, riendo a carcajadas, y si fuera posible, nuevamente uno pensaría que está dentro de una película. En un boliche que parece salido de los años 70, dos mujeres con pantalones muy ajustados y botas hasta las rodillas, el pelo rubio de una y fuego la otra, fuman y nos miran pasar. No son prostitutas, pero pienso en las mujeres de Ain El Mreisse, con las cabezas cubiertas con el jihab. Contrastes. Por fin, alguien se decide por un restorán italiano, que queda por ahí cerca, en un callejón oscuro, por el que el desfile de automóviles tampoco cesa. Tal parece que realmente este es el corazón de la noche y la diversión. Digo que me hubiera gustado conocer esta ciudad en los años 40 y 50, cuando la vida intelectual, política y artística era una explosión; cuando había refugiados de distintas partes, que debatían en boliches y cafés hasta la madrugada, y los poetas le cantaban a la ciudad y a sus ideales. De todos modos, algo del espíritu refinado, cosmopolita y puente entre el Medio Oriente más tradicional y el Occidente, persiste en la ciudad, más estridente en esta noche. Entonces, no deja de ser sintomático que por encima de todo esto, resalte la enorme cúpula de la mezquita, con la medialuna mirando el cielo.
El restorán italiano es un restorán italiano con todos los clichés que eso supone, empezando por el nombre, "La Traviata" (Bologna-Beyrouth);  la comida es buena (aunque los raviolis tiene forma de otra cosa muy distinta, y la masa es levísima), el parmesano es realmente rico y el vino de viñedos libaneses es bueno. Se cena y se conversa; política, ayuda a refugiados, política. Algo de viajes, desarraigo, política. Nada personal.

Se hace la hora de volver y hay que esperar un taxi. No pasan demasiados, quizá porque todos parecen tener automóvil, hasta que vemos aparecer uno, extraño. En el techo, además del letrerito de taxi, lleva lamparitas y pasto, y una especie de torre; está pintado de rojo y blanco (un taxi tuneado?) con el cedro de la bandera del Líbano en cada puerta; y adentro... ah, adentro no se puede creer. El suelo es de pasto sintético; los asientos están tapizados con la bandera; el techo, con billetes de todo tipo, las manijas de las puertas son de bronce tallado, y no hay un sólo espacio en el que no haya algo colgado o adherido; estampitas, adornos, cadenitas, moneditas y todo lo que uno quiera imaginar, tanto que sospecho que la mitad de las cosas no las veo. El conductor también está enteramente vestido de rojo, y podría parecer un Papá Noel, porque incluso lleva un sombrerito rojo, tejido, y no queda muy claro qué es esto, si el hombre es realmente un conductor de taxi o un loco suelto, porque hace como que no comprende la dirección y amenaza con uno de esos trayectos larguísimos, especialmente dedicados a los turistas o a los incautos. Ni lo uno, ni lo otro. Deidre protesta, el tipo se alza de hombros, hace "mffff" y retoma el camino. La noche, en otras partes de la ciudad, sigue poblada de automóviles, y en algunos lados, la cosa recién empieza, como por ejemplo en el Casablanca, a tres cuadras de la Rue 54. Un edificio que durante el día no llama la atención -y pensé que era una suerte de depósito abandonado-, pero que de noche es esto, uno de los bares más "in" de la ciudad. Deidre se queda en su hotel, y nuevamente a pie y a dormir. Antes, en el balcón, en el vecindario en silencio, se mira el cielo y se desea de todo corazón que mañana no llueva, que salga el sol, que se pueda caminar sin paraguas.

jueves, 12 de febrero de 2015

Beirut, 2

La tormenta de ayer dejó al diluvio de Noé en quinto lugar en el Guiness, y esta batió todos los récords. no paró de diluviar, y el viento se llevó todo. las olas en la "rambla" fueron tan fuertes que arrancaron parte del malecón de hormigón y hierro.
de modo que la lluvia persistente de hoy de mañana no es un impedimento para salir, con el inútil paraguas y botas gruesas para evitar vergonzosos resbalones (como los de ayer) en las aceras angostas y empinadas.

Avda. Clemencau hasta Rue de Rome, para llegar a la Avenida Hamra, donde debe de encontrarse la Librería Antoine y un poco más abajo (?) una tienda grande, que es muy esquiva. Pero llegar a Clemencau supone cruzar un tráfico que ya está demasiado atorado, así que ¿por qué no tomar un desvío, si se supone que todos los caminos conducen a Roma? Una callecita lateral, que corre como un caracol, y que resulta ser la Rue John Kennedy, desemboca en un hospital en callejón cerrado, y después a la Rue Bliss, y si se dobla a la izquierda, con un poco de suerte se llegue a Hamra. Como la izquierda en el mapa es la derecha real y viceversa, no parece tan complicado orientarse. Sí, la Avenida Hamra combina cafés, joyerías, edificios como de los años sesenta donde todavía se ven los viejos anuncios de tiendas, hoy convertidas en boutiques más elegantes, consultorios de dentistas, tiendas de electrónica y vidrieras vestidas para San Valentín. Hay mucha gente por la calle, y maniobran con los paraguas que da gusto. Se aprende. Todo se aprende.
A un par de cuadras en dirección Este, está la librería. Pretendo conseguir Beirut, de Samir Kassir, porque un par de adelantos lo hicieron fascinante. En el subsuelo se encuentran los libros en inglés y francés. ¡Qué tonta pretensión pensar que sólo sería ese libro! Le siguen House of Stone, de Anthony Shadid, que ganó el Pulitzer; Beirut re-collected (crónicas sobre la ciudad, un verdadero hallazgo); un librito de Khalil Gibrán, en alemán, y un librito en francés con dichos y refranes para cada día del año, según el prólogo "como los que recitaba mi abuela". Es el de las crónicas el que resulta una caja de Pandora. Porque abierto al azar, surge una  sobre un bazar de libros en Hamra -vecindario que no debe de quedar lejos de donde estoy; quiero que no quede lejos-; y el cronista pone: "Disregard Borges' Labyrinth; or even the Cemetery of forgotten books... Nothing you've read in books or seen in movies resembles the Book Bazaar in Hamra, or its owner, who insists on anonymity".
Le pregunto al vendedor si sabe dónde queda ese bazar, lee en diagonal el principio de la crónica, y responde que en caso de que exista, debería quedar por acá cerca, en la Rue Jean D'Arc, a dos cuadras, y hay que doblar a la izquierda y caminarla. Allí, en alguna parte y con suerte, está ese bazar de libros.
Pago, y con cada vez más lluvia, busco la calle de nombre tan emblemático. Sí, allí está; un cartelito en azul, como todos, la callecita de Juana De Arco. Es angosta; hay edificios viejos, destartalados, como los que uno imaginó que habría en toda la ciudad; con las arcadas árabes, con balcones y fachadas blanqueadas a la cal, ya descascarados; con celosías que se caen a pedazos, y pasillos abiertos llenos de plantas. Cafés, una peluquería, un almacén con delivery, algunas florerías (en una compro una flor en su bulbo, que huele muy dulce, y el dueño me explica en francés-árabe que hay dos flores, una sin florecer, de modo que me conviene cambiarla de maceta, vaya problema, ahora hay que conseguir una maceta y tierra!; merci, merci, le digo, y ya llevo dos bolsas de libros y una planta, más el paraguas, y todavía nada del bazar).  Recorro Juana De Arco de punta a punta, hasta que es tan angosta que no da para seguir; en las aceras no entra ni una persona, y cada vez que pasa un auto, la salpicadura helada llega hasta los comercios. Hay basura acumulada en portales y esquinas, y la gente esquiva charcos y veredas rotas. Los vendedores de paraguas, como hongos. Eso debe de ser algo universal. En alguna parte tiene que estar el bazar. Entonces le pregunto a una mujer que fuma delante de una óptica si sabe dónde queda el bazar.
- Sí -responde- a la vuelta de la esquina, después de la farmacia y antes del café.

Sigo las indicaciones; a la vuelta de la esquina hay una especie de enorme terreno baldío y en el fondo dos edificios de tres pisos, tan viejos como los demás, donde notoriamente vive gente, porque en algunos balcones cuelga ropa y en otros, alfombras. Después hay una tienda con juegos infantiles "de antes" (caballitos de madera; muñecas con cara de muñeca y no de estúpidas de Disney; cajitas de música y un sinfín de otros muñecos que uno se llevaría a montones, y que me recuerda a una similar de Berlín). Después la farmacia, y por fin un letrerito que dice "books" una puerta entornada, nada de luz adentro y otro cartelito que dice "bienvenue" entre un afiche tamaño A4 del Che Guevara, otro de Mao y otro de alguien que desconozco. Abro la puerta, me asomo, y detrás de una pila enorme de libros, hay una mujer vestida según la tradición musulmana, y un niño. Pregunto si está abierto, si puedo entrar, y me dice que sí, que pase. Ninguno de los dos se sorprende. Es como la librería de usado más desordenada (como Sureda, cuando estaba en 18 de Julio) que uno pueda imaginar, con libros y revistas y periódicos y carteles en todas partes -seguramente tenga un orden, siempre hay un orden, que sólo conoce el dueño- y libros mayormente en árabe, aunque mucho en francés (Verne, Proust), y muchísimas revistas similares a Life, pero locales, sobre todo de la guerra civil. Hay versiones de cuentos de los Hermanos Grimm en árabe - como en otras lenguas no occidentales, los libros empiezan al revés, por el final- y, en fin, dan ganas de ponerse a revisar. Entonces aparecen La pequeña Lulú, Superman, Tobi, Batman y otros, en árabe, y eso sí es irresistible. En otra pila, llaman la atención las fotografías de las tapas, que remedan las fotonovelas de tradición italiana, tan comunes en Montevideo en los años 60. Pues habrá que investigarlas. Sí, efectivamente, son fotonovelas "a la occidental", pero en árabe también. Da lo mismo, porque siempre terminan bien, el rico se casa con la pobre, etc., no importa en qué idioma sea. Le pago a la mujer y le digo que llegué allí debido a la crónica del libro, y se lo muestro. Se sorprende al verse allí, ella que vende libros, dentro de otro. Me mira y mira al libro, y le digo que es la pura casualidad, que de otro modo jamás hubiera conocido su tienda. "Eres bienvenida", dice, y sonríe. Mete las revistas en una bolsita (las personas deberíamos tener un brazo auxiliar en alguna parte, que sólo aparezca en caso de extrema necesidad) y me despido de ella. Llueve cada vez más fuerte y apetece un café. Al fin encuentro uno en que se puede fumar. Se llama Laziz y atiende un mozo de nombre Serge, que se presenta con simpatía formal. Me aseguro de que se puede fumar, hasta que veo a un viejo que ya fuma, y a otro que lo hace de una narguila. Bien. Pido el café y algo de comer. Me trae la carta. Realmente, es un poco al azar. Así que pido algo llamado arayess que es pan de pita caliente con kebab habibi y otras cosas más, que desconozco. Digo que sí, muy segura y espero. Al rato traen una panera llena de pan lavash, y dos recipientes; uno con una salsa picante de sésamo, y otro con una pasta de aceitunas negras, ambos embebidos en aceite. Después viene el arayess, acompañado de laban (una especie de yogurt condimentado, más liviano); el arayess es pan de pita tostado relleno de una carne muy condimentada, que no llega  a ser picante, y que resulta muy suave, como afelpada.
Es sabroso, realmente, y devuelve el alma al cuerpo. La cuenta se presenta discretamente en una especie de cartucherita de metal, con el mapa del norte de África y el Líbano. Entonces me doy cuenta de que no sé si se deja propina (en China se lo considera una ofensa), y dudo. Recojo el paraguas y retomo Avenida Hamra, más poblada aun que hace una hora. En alguna parte vi un sacón negro, elegante y original. Sí, en esa boutique, en la que hay que tocar timbre para que te dejen entrar. Eso debió ser un aviso. Sí, el sacón es precioso, y resulta que cuesta 1400 dólares. No debería sorprenderme, pero de todos modos sí, porque está en una callecita lateral, nada ostentosa; porque hoy, más que ayer y que antes de ayer, han aparecido mujeres con niños en brazos pidiendo limosna; en una esquina, en el Banco del Líbano, otra mujer de edad indescifrable, el pelo y las manos completamente rojas, en cuclillas fumando, cubierta por una manta, y varios niños que también piden que les dé algo. ¿Por qué debería ser diferente Beirut a otras partes del mundo?

Después, pregunto si el barrio armenio queda muy lejos, pero me aconsejan no ir. No es peligroso por la criminalidad (Beirut es considerada una de las ciudades más seguras del mundo), sino porque allí está la mayoría de los refugiados sirios de Beirut, y es una zona que, me dice alguien, es liderada por Hezbollah.
Bueno saberlo.
Entonces es hora de regresar, bajo agua, a la seguridad del conocido Ain El Mreisse, y las letanías.
Si deja de llover... cerca de la corniche debería existir la "casa rosada", una casona que en los años dorados de Beirut reunió a la crema literaria, artística, intelectual y política de la ciudad (como ocurrió con el café La Dolce Vita, según consigna Kassir en su libro). Y si no deja de llover... Visitaré el único mercado que todavía existe, hacia el Este, y que sólo abre los sábados. Se llama Souq al-Ahad y dicen que en los 7000 metros cuadrados, puede encontrarse de todo, y se calcula que hay unos 12 mil libros expuestos; allí también se puede comer en los tenderetes, en la calle.